Toni es una persona inquieta y emprendedora. Su experiencia está centrada en la dirección de producción y en la dirección de Recursos Humanos. Su capacidad de liderazgo y su punto emprendedor le ha hecho dirigir equipos desde la perspectiva del “sí se puede”, para llevarlos a sobrepasar los límites de su comodidad y empujarlos hacia su mejor versión.

Ha trabajado en multinacionales de los sectores de la alimentación y el cerramiento de fachadas y protección solar. Su experiencia en la dirección de la producción le hace ser un obsesionado por el tiempo de entrega y la automatización. Su paso por la Dirección de Recursos Humanos le ha hecho entender que no todo son matemáticas y mejoras de procesos. Se trata de personas trabajando con personas y eso lo complica todo (según su opinión) porque tienen que convivir distintos filtros, creencias y egos. “A veces el centro de trabajo puede ser una olla a presión.”

La combinación de su pensamiento racional y matemático con la aceptación de que todo se basa en personas que se relacionan con personas, han hecho de él una persona multidisciplinar, capaz de entender lo mejor de los dos mundos, para el beneficio de las empresas y las personas.

También tiene un gen emprendedor que, según sus propias palabras, “se tiene o no se tiene”. Y cuando se tiene, no hay que luchar contra él; hay que aceptarlo y emprender. Aprovecha cualquier situación para buscar la oportunidad de negocio y empuja fuerte por sus ideas, aunque no sean buenas. En definitiva una mala idea no es mala desde el principio y hay que explorarla mucho para descubrir que lo es.

Ese espíritu emprendedor siempre ha ido acompañado de la pasión por la tecnología. Lógicamente, de una manera muy autodidacta, como buen emprendedor. Eso ya hacía ver a qué se dedicaría una posible empresa.

Todo empezó con un “Yo lo veo”.
Tras 10 años en una gran empresa (no suelo estar tanto tiempo en un mismo sitio), tuve varias malas experiencias seguidas. Concretamente fueron dos experiencias muy parecidas en las que tuve que relacionarme con personas con las que no coincidía para nada en valores.

Tuve 2 malos jefes en muy poco tiempo. Uno era en una empresa pequeña y el otro en una multinacional. Sin embargo, en ambos casos, el diagnóstico (mi diagnóstico) fue muy parecido: la realidad de sus empresas, la que residía en sus cabezas, era muy diferente a la realidad real de las trincheras. Es un mal común y que hace mucho daño a algunos perfiles de personas. Recuerdo a una chica de Recursos Humanos a la que conocí cuando la contrataron y que ya se había marchado la siguiente vez que la busqué. Era una gran chica y una buena compañera, quizás por eso duró tan poco…

El paso por estas experiencias me hizo tomar una decisión: “Si me lo puedo permitir económicamente, nunca volveré a tener un jefe”.

Comencé este proyecto pensando que ya no tendría jefe y ahora tengo tantos como clientes. Aunque eso no tiene por qué ser negativo. La realidad es que si un “jefe te despide”, te quedan muchos otros. Trabajar por cuenta ajena es como tener una empresa con un único cliente: si algo cambia o dejas de gustarle o encuentra otro más barato, mejor…. Estás jodido.

Esa parte es una de mis favoritas en el emprendimiento, no dependes de cómo se levante una persona. Bueno en parte sí, dependes de ti mismo y de las personas que te acompañan en esta andadura. Nunca es verdad que estás solo porque en mi caso, que estaba casado y con dos hijos, tienes que contar con ellos sí o sí.

Cada día volvía a casa deprimido y acrecentaba ese sentimiento el hecho de tener que volver al día siguiente, al mismo lugar. Hasta que un día, una conversación en la cocina de casa, lo cambió todo. Fue el día en que Carmen se hartó de verme en ese estado y hablamos de cómo salir de ahí. Durante la conversación, en la que pensé que podría vivir de algunas cosas que he aprendido a hacer muy bien durante mi vida en empresas, hubo una frase de Carmen que lo cambió todo. En un momento dijo “Yo lo veo” y fue a partir de ahí que empezamos a construir la empresa que íbamos a poner en marcha.

Cuando emprendes, piensas que te vas a dedicar a lo que sabes. Piensas que vas a ofrecer unos productos o servicios que se te dan bien y que vas a vivir de aquello que sabes hacer. Así es como dimos el paso. Aquella conversación en la cocina de casa hizo un repaso de los últimos años, donde aprendí a manejarme con diferentes herramientas informáticas para la digitalización y para la automatización y el control de procesos. Y tomamos la decisión de que nuestra empresa tendría como misión, acercar las herramientas tecnológicas que utilizan las grandes empresas, a empresas de todos los tamaños. Eso sería nuestra empresa, un kit de herramientas tecnológicas para acercar la transformación a pequeñas y medianas empresas.

Tú lo tienes claro y lo preparas todo para hacer eso que has decidido pero luego los clientes te piden lo que les da la gana. Te mueven hacia lo que ellos necesitan (y creen que puedes darles) para hacer que olvides una parte de tu negocio y gires hacia lo que ellos necesitan.

Al final, lo que terminas haciendo no se parece mucho a lo que pensabas inicialmente que ibas a hacer. Aun que en mi caso no me importa mucho. Estoy disfrutando mucho las iteraciones y los nuevos caminos por donde me está llevando el destino, la vida o los propios clientes.

Contestando finalmente a si se parece o no lo que hago a lo que pensaba que haría cuando empecé, pues no mucho la verdad. Empecé queriendo vender mi tiempo, que es poco o nada escalable y ahora me encuentro frente a un negocio que da vértigo en términos de escalabilidad. El cambio no puede ser mas drástico.